Había una vez una niña llamada Emma, a quien le encantaba el fútbol. Todos los días iba al parque a jugar con sus amigos y amigas. Vestía su uniforme y llevaba una pelota que siempre estaba lista para correr y chutar. Un día, mientras jugaba, se dio cuenta de que había un equipo que necesitaba más jugadores. A pesar de que no conocía a nadie en el equipo, Emma decidió dar un gran paso y unirse a ellos. Al principio, estaba un poco nerviosa, pero era tan buena jugando que pronto se hizo amiga de todos sus compañeros. Juntos, ganaron muchos partidos y pasaron momentos muy divertidos en el campo. Emma estaba tan contenta de haber tomado el riesgo de unirse al equipo, porque descubrió una nueva familia y su amor por el fútbol creció aún más.
Por otro lado, había un niño llamado Martín, a quien le gustaba cocinar. Una tarde en la casa de su abuela, descubrió que ella cocinaba un delicioso pastel de manzana. Él no solo lo comió, sino que también quiso aprender a hacerlo. Su abuela lo llevó con ella a la cocina y comenzaron a preparar la masa y el relleno. Martín estaba tan emocionado de aprender que no podía dejar de sonreír. Después de un tiempo, sacaron el pastel del horno y lo dejaron enfriar. Cuando finalmente cortaron una rebanada, se dieron cuenta de que era el pastel de manzana más delicioso que habían probado. Martín estaba tan orgulloso y feliz de su creación, que decidió que la próxima vez que visitara a su abuela, él sería quien cocinaría. Y así, Martín continuó explorando el mundo de la cocina y creando deliciosos platillos que lo hacían sentir feliz y orgulloso de sí mismo.