Había una vez un pequeño y asustadizo conejo que tenía un gran miedo a los lobos. Cada vez que pensaba en ellos, su corazón latía muy rápido y sus patitas temblaban. Un día, la profesora les pidió a todos los animalitos de la clase que dibujaran en el pizarrón la criatura que más les asustaba. El conejito se puso muy nervioso, pero decidió enfrentar su miedo y dibujó un lobo feroz y aterrador.
Mientras trazaba las líneas del dibujo, el conejo se estremecía imaginando lo peligroso que sería encontrarse con un lobo de verdad. Pero cuando terminó su dibujo, algo extraño sucedió. Comenzaron a salir rayos de luz del pizarrón, y de repente el lobo cobró vida y saltó del dibujo hacia la pizarra. El conejito se sobresaltó y comenzó a correr para escapar, pero el lobo lo siguió y lo acorraló.
Pero entonces algo inesperado sucedió. El lobo empezó a hablar, y se dio cuenta de que el conejito estaba muy asustado. Entonces le dijo: «No tengas miedo, pequeño conejo. Yo no soy tan feroz como piensas, y no te haría daño». El conejito se sorprendió al escuchar al lobo hablar, y poco a poco fue perdiendo el miedo. Después de conversar un poco más, el lobo se desvaneció y todo volvió a la normalidad.
El conejito aprendió que, aunque parezcan muy aterradoras, las criaturas que nos dan miedo a veces pueden ser más amables de lo que pensamos. Y también aprendió que enfrentar nuestros miedos puede llevarnos a descubrir cosas nuevas y emocionantes. Desde entonces, el pequeño conejo dejó de tener tanto miedo a los lobos, y se sintió más valiente y seguro de sí mismo.